¿Qué tal mil euros? La oferta era tentadora y el rugido de mis tripas hacía presión. Solo tendría que dar el cambiazo mientras el párroco colgaba la sotana. La botellita de vino de misa por una igual que no quise saber qué contenía. Nadie sospecharía de esta pobre monaguilla cuando, al día siguiente, el cura no se presentara a oficiar la dichosa boda, indispuesto y encadenado a la taza del váter como estaría. Pero la estúpida de mi conciencia cambió la respuesta ya en mi boca. ¡Joder! Como se nota que ella no pasa hambre.
© Ana Yela, 2022.
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