En tus ojos se ahogó el mar.
Se anegaron los campos de ilusiones,
los sueños de las mil y una tardes,
la esperanza con deuda pendiente que los tuyos dejaron al partir.
Se tragó el agua tu risa.
Inocente, imberbe, sin mancha.
Tiñendo tu mirada con el color de una noche a la deriva.
Aterradoramente silenciosa, negra y eterna.
Te sumaste al ejército de almas custodias del Mediterráneo.
Al orfanato de algas y arena.
Al campamento de conchas y olas
reservado para los niños perdidos de Nunca Jamás.
Hoy tu nombre evoca mil nombres.
Querubines de purgatorio.
Seres infectados por la necesidad de vivir.
Sin anticuerpos para detectar la inequidad de un occidente cruel.
Sin defensas contra la fiebre de las fronteras.
Sin vacuna para la pandemia de la injusticia.
Y día tras día vuelves a marcharte
Porque te fallan las fuerzas para agarrarte
y la nana húmeda y fría del naufragio consigue finalmente dejarte dormido,
cortando la leche de unos senos
que en adelante solo darán hiel.
© Ana Yela, 2021.
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