Huesos

Le dolían los huesos. 

En su tersa y tímida piel de nácar, se acumulaba el peso de la codicia y de la envidia. La carrera contra el tiempo. El resuello de una belleza agotada. 

Dejó que el vestido se fundiera con el infierno bajo sus piernas, que ya no la soportaban.

El gris de la estancia inundó su iris vidrioso. Y no halló ningún espejo en el que poder encontrarse.

«Cruel paradoja del destino», pensó, «que niega el derecho al reflejo a este fantasma de alma sin pasado».

© Ana Yela, 2022.

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